El asesinato de Carlos Manzo presidente de Uruapan, no fue un ataque a un hombre solamente, sino que rompe con la idea de que lo público puede ser un espacio seguro, de que lo festivo no puede resistir la violencia.
Carlos Manzo no era un funcionario cualquiera, era símbolo de cercanía, de orgullo comunitario, de voluntad de estar con la gente. Que lo hayan asesinado ahí, en ese momento, revela una herida profunda: la violencia no respeta ni la tradición, ni la familia, ni la investidura.
Toca mirar con seriedad lo que este acto nos dice: que el espacio público está en disputa, que la valentía política tiene costos, y que la ciudadanía debe encontrar formas de duelo que no se resignen al silencio. Honrar a Carlos Manzo no es solo recordar su nombre, sino preguntarnos qué tipo de país permite que lo asesinen así, y qué tipo de comunidad queremos ser frente a esa realidad.
No se trata de incomodar a nadie. Se trata de no anestesiarnos. Porque si el Día de Muertos se convierte en día de ejecuciones, entonces la memoria ya no es resistencia: es advertencia.
Descansa en paz Carlos Alberto Manzo Rodríguez, descansa en paz un valiente que nos dio voz a millones. 🙏
 
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